Alfredo Hernández Fuentes || Hace apenas unos cuantos días hizo su aparición en nuestro medio la monumental obra histórica de la reconocida arqueóloga Martha Cabrera Guerrero, bajo el título “Acapulco y los Villafuerte en la Mar del Sur” (México-2024), producto indudable de profundas jornadas de investigación en el Archivo General de Indias en España, así como otros archivos de Europa. Esta obra viene a dar punto final a un debate público que jamás debió existir sobre el nombre de nuestra bahía.
Pongamos de inicio que los incomprobados rumores de la calle no llegan a convertirse en verdad y menos en historia, así que todo aquello que asombrosamente se expresó en el sentido de que nuestra bahía tendría que llevar el nombre de Santa Lucía no tuvo mayor peso, hasta que Alberto López Rosas, siendo presidente municipal (2002-2005) en unión de Marcial Rodríguez Saldaña, redactaron y publicaron una gaceta municipal en la que se oficializó el despojo del nombre a través de la supuesta sesión de cabildo del 27 de diciembre del 2002 instituyendo el 13 de diciembre cono el día de la Bahía de Santa Lucía.
De toda la época colonial no existe un solo mapa, ni referencia documental alguna por el cual nuestra bahía llevara el nombre inventado. Es hasta el 27 de junio del 2016, bajo la administración de Evodio Velázquez Aguirre que, en sesión solemne de cabildo se dictamina dejar sin efecto el acuerdo antes señalado.
Lo anterior no hubiera sido posible si el Profr. Leonardo Flores Salas no hubiera solicitado mediante argumentos sustentados la reversión del nombre en comento, para que administrativamente se llegara por efecto de la investigación oficial de los antecedentes al fondo de los documentos que obran en los registros de Palacio, situación que tuvo a bien informar el ciudadano Francisco Delgado García, Director Técnico y Administrativo del cabildo mediante oficio número SG/DTyAC/0124/16 de fecha 2 de febrero del 2016.
Tal cosa revela perversión extrema al generar un llano despojo, y así, sin mayor consideración, asintieron con desbordante alegría informarle a la población, de que los conquistadores hispanos llegaron a Acapulco por primera ocasión en una fecha que no está registrada en ninguna obra del pasado; quizás los animó la ilusión de que algunos provienen de pura cepa española, surgiéndoles la esperanza en que de alguna forma descienden de solar ibérico, que cuentan por ahí con un linajudo e insospechado escudo de armas, y por qué no, que de perdis son hijosdalgo.
Leyeron mal y peor fue su comprensión, pues hasta ahora no se ha comprobado la existencia de documento fehaciente alguno que señale fecha y personajes españoles que hayan arribado a Acapulco en 1521; si, ese mismo Acapulco que se niega a que le borren de golpe su orgulloso nombre en náhuatl, que se niega a la infame y aberrante acción de que le despojen el nombre a su bahía.
Este caso no es raro ni único, pues por acá existen muchos que jamás podrán identificarse con el fecundo pasado histórico de un asentamiento humano que ha existido a lo largo de más de 3,000 años, pero que desde el poder se sienten facultados tan solo porque se dicen “acapulqueños”, que se aprovechan de que hollan la misma latitud del globo, pero evidentemente se encuentran en total ayuno de ilustración en el tema.
Las nociones primarias sobre la conquista se encuentran a cargo de Hernán Cortes Pizarro que aprovechaba toda oportunidad para informar a sus monarcas el sentido de sus acciones en las conocidas Cartas de Relación, y de paso les enviaba regalos consistentes en cargamentos de oro, plata y diversas obras que juzgaba serían de su interés, Pero en ninguna de esas cartas se menciona la llegada a Acapulco.
De esa época se cuenta con la obra ‘Historia verdadera de la conquista de la Nueva España’ a cargo de Bernal Díaz del Castillo, quien estando en retiro y ciego, logró con grandes esfuerzos dictar sus memorias para desenmascarar a quienes en su tiempo se hacían pasar como protagonistas de la conquista y hacerse de pesetas con la venta de falsas crónicas. Pero no menciona esta tierra.
Así las cosas y pensando en aquellos individuos definitorios de nuestro tiempo, que han venido manejando las decisiones históricas de nuestra ciudad sin haber logrado concebir una idea precisa de lo que fue Acapulco, porque se ciñen al aberrante concepto de que nuestra ciudad tiene como basamento una risueña aldea de pescadores que arrulla el mar, debe señalarse que les sería altamente provechoso que empezaran por leer un poco las fuentes originales de la historia, y liquidar versiones novelescas que deforman el acontecer histórico.
Tan provechoso puede serles, como entender algo de lo que es Acapulco y su contenido. Reflexionar pues, sobre las condiciones y motivaciones en que llegaron los conquistadores hispanos hasta la Mar del Sur; individuos enviados por Hernando Cortés Pizarro en aventuradas incursiones para avanzar por el curso de los ríos hasta sus desembocaduras para lo que más tarde llamaron El Lago Español; correrías puestas bajo el mando de sus mejores capitanes, sobrevivientes del asalto a la Gran Tenochtitlán.
Si tanto les importa modificar algo, tal vez podrían apreciar aspectos importantes de aquellos españoles que, comprendiendo perfectamente su cometido, desde el primer contacto con nuestra bahía, advirtieron las posibilidades de armar embarcaciones en un puerto naturalmente abrigado, para ganar más territorios y proseguir en el objetivo de recorrer la fase última de su ruta a las especias de oriente. Combatientes sagaces que repararon en los restos de un conjunto de comunidades destruidas que constituyeron el señorío independiente de las yopes, y que se mostraron fascinados ante una maravilla de la naturaleza, demostrando con ello entender el sentido estético y utilitarista de los bienes de la tierra.
Sobre las ruinas de Yopitzingo recién destruido por las huestes imperialistas de Ahuízotl (Periodo de gobierno 1486-1502), y una amplia zona circundante de lo que entonces y ahora sigue siendo Acapulco, quedó más tarde bajo el reparto de bienes de guerra para el dominio de su coterráneo y amigo, el comendador Juan Rodríguez de Villafuerte, en mérito de que siendo capitán del ejército conquistador prestó importantes servicios a Cortés, y fue él precisamente quien tocó primero las doradas arenas de estas playas.
De acuerdo a los comunicados que fueron investigados a finales del siglo 19 por Don Francisco de Borja del Paso y Troncoso, erudito historiador enviado especialmente a España por el gobierno de José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, se sabe que, el lugar conocido como Acapulco se encontraba al momento del arribo de los españoles bajo el dominio de los meshicas, formando parte de la región tributaria de Anecuilco; contándose además que en algunos años posteriores habrían arribado caminando al cuidado de guías especializados y no por barco como algunos se atreven a asegurar.
Específicamente habían logrado llegar bordeando el Río Coyuca, tal como se encuentra asentado en lo que puede considerarse como el Primer Censo de Población y Vivienda de América, el cual mandó preparar el virrey Martín Enríquez de Almanza; obra que llegó a la imprenta en el siglo 18 logrando rescatar Del Paso y Troncoso de un fragmento documental que se preserva en el Archivo de Simancas en España, documentos que habrían permanecido bajo el polvo de 200 años, en donde se revelan entre otros muchos datos de la conquista, los nombres de los capitanes de los grupos expedicionarios enviados por Cortes en la búsqueda de las aguas del océano pacífico.
Contando con el apoyo y protección de soldados de menor rango, al término de la conquista el Capitán Rodríguez de Villafuerte recibe el puerto bajo su encomienda, como recompensa a méritos de guerra, pero sobre todo porque fue él quien lo hizo del conocimiento de Cortés, por ser su coterráneo, por haberle salvado la vida a Cortés y por traer la imagen de la Virgen de Los Remedios; es a través de estos factores que se comprueba la inclinación hacia ese capitán, una comunidad que al paso de breve tiempo se conocería como Pueblo de Villafuerte.
Muchos años después, tras las pugnas entre los encomenderos de Cortés y los miembros de las famosas Audiencias y, una vez que perdió su poder el Gran Capitán, Carlos I de España, hijo de Juana la Loca y Felipe El Hermoso, consideraría emitir una Cédula Real emitida en El Escorial que, Acapulco pasara directamente bajo su dominio, y es allí en donde se transforma en La Ciudad de los Reyes, estando situada ya como la tercera en importancia durante toda la etapa colonial.
Por efectos del mismo instrumento, en la Nueva España se determinó que algunos grupos familiares de los que había transterrado España en una labor de profilaxis religiosa poco comentada y, que se encontraban en la Villa Rica de la Veracruz disponibles entonces para habitar cualquier lugar, partieran facultados por una Carta Puebla para formar una colonia con autoridades civiles, y que se diera fin en consecuencia con la hacienda y el poder territorial de los Villafuerte.
Sin haberse asentado las circunstancias, pero seguramente con grandes dificultades, llegaron conducidos por Fernando de Santa Ana en 1550 las primeras 40 familias de judíos españoles; nótese que parten para poblar Acapulco, y jamás a un pueblo de nombre Santa Lucía, porque en el pasado jamás se conoció tal denominación; asentamiento que para entonces habría adquirido enorme importancia estratégica en cuanto a la navegación marítima de exploración y nuevas conquistas transpacíficas, dada su cercanía con la sede de las autoridades virreinales.
Habiendo fallecido Juan Rodríguez de Villafuerte gobernaba como encomendera para ese año de 1550, su hija Doña Aldonza de Villafuerte; ésta ilustre dama, advertiría aterrada la liquidación de su hacienda, y la conversión del mando a favor de autoridades civiles: esto es sin duda alguna lo que cambiaría por mandato real la denominación y categoría de ese pueblo para el citado año de gracia de 1550, pasando directamente bajo el dominio de la corona española con el nombre de Ciudad de los Reyes, Acapulco.
Cabe resaltar que han sido varios los nombres que ha tenido este punto geográfico que es nuestro Acapulco, y en contraste, ha quedado en la oscuridad de los tiempos el nombre original del conjunto de comunidades precolombinas, porque el nombre de Acapulco que se ha preservado, contra vientos y mareas de los ingratos, fue creado y registrado a través de xiu tlacuilos meshicas, para la obra que se conoce como Códice de Mendoza, dentro de una bella representación polisilábica e ideográfica de un pueblo devastado por las armas del tlatoani Ahuítzotl.
Solamente aquellos que ignoran las dimensiones de la historia, tanto como su origen personal inmediato, podrán seguir venerando uno de los genocidios más grandes de la dudosa humanidad; porque únicamente de la oscuridad pueden desprenderse los festejos de fechas gloriosas para los españoles, mismas que corren aparejadas con masacres y la degradante esclavitud de los pueblos de Mesoamérica. Basados en la afirmación de Martha Cabrera, mencionada al inicio de la presente colaboración, “Acapulco desde mediados del siglo XVI aparece como una marca geográfica prominente en la cartografía mundial”. Y nadie debería atentar contra el nombre de su bahía.
Ni por intereses de índole político ni de orden personal, se podrá despojar el nombre de la bahía, que corresponde al pueblo de Acapulco, porque cierto es que, se pueden revertir las infamias. Fueron casi 300 años de historia cortesiana-colonial; narraciones de esclavitud, de crímenes, de pobreza extrema, de injusticia, de hambre libertaria, pero historia nuestra al fin. Si todavía desea usted celebrar el despojo del nombre a la bahía, pues allá usted, porque ahora ya sabe la verdad. Es cuanto.