Roberto Santos // Aristóteles decía que la amistad se basa en la virtud y el afecto genuino, donde los vínculos se construyen sobre el deseo de un bien mutuo, desinteresado y sin intereses egoístas.
En el ámbito político local y nacional es donde tuerce el rabo la marrana, pues ese ideal se diluye y se reemplaza por algo más pragmático y, a menudo, más sombrío: la conveniencia, el oportunismo y la perversión.
Aristóteles clasifica la amistad en tres tipos: la basada en la utilidad, el placer y la virtud.
En el Olimpo de la política, la amistad por virtud es prácticamente una rareza, más difícil de encontrar que una aguja en un pajar. En su lugar, el “buen político” sabe que lo que realmente importa es la utilidad y el placer, y, en muchos casos, ni siquiera eso.
Las alianzas se tejen no por un afecto genuino, sino por la necesidad de ganar posiciones, obtener el poder o cumplir objetivos para su grupo, pero fundamentalmente para sí mismo.
Como diría Nicolás Maquiavelo, el fin justifica los medios. Esto es, en palabras simples: ¡al diablo con tu amistad si no me sirve para llegar al poder!
Así que las alianzas en política no son el resultado de un afecto profundo, sino de una serie de jugadas que buscan mantener el poder, aunque eso implique cambiar de amigos como si fueran tarzaneras.
Y si en el proceso te traicionó, ¡pues qué le vamos a hacer! “Las personas que dicen ser tus amigos son las que más fácilmente te dan la espalda cuando ya no le eres útil.” ¡Vaya novedad!
“La amistad verdadera se reconoce en la distancia, pero también en la traición”, frase que cobra sentido en estos momentos.
“Te va a traicionar” “Ya te traicionó una vez”, “Otra vez te traicionó”, son frases frecuentes en la política local en los últimos días.
Un político que abandona a un aliado a favor de otro más conveniente no siempre es bien visto, porque a medida que se abusa de esta práctica, él mismo se degrada al ser calificado como “traidor”, mentiroso, etc.
Lo es más cuando la traición daña la reputación de aquellos o aquel que siendo compañero de lucha, en la primera oportunidad le vuelve la espalda, justificando lo que decía la abuela de todos los políticos: “La política no es un juego para amigos, es un juego para sobrevivientes”.
Sin embargo, igual valor tiene el dicho popular siguiente: “La hipocresía en la amistad es la peor de las traiciones, porque te sonríen mientras te apuñalan por la espalda.”
Si bien estas tácticas pueden ser efectivas en el corto plazo, con el tiempo destruyen la confianza de la ciudadanía y, obviamente, también la de sus aliados, quienes ya no saben si confiar o no.En última instancia, la política, cuando se despoja de sus principios y se convierte únicamente en un juego perverso de conveniencias, pierde capacidad de ser una fuerza transformadora al servicio del bien común.
Puede que las amistades auténticas sean difíciles de encontrar en este terreno lleno de barro, pero no todo está podrido.
Porque la política, en su mejor expresión, debe aspirar a ser una fuerza transformadora al servicio del bien común.
Entonces, no hay que perder la esperanza…al menos no toda.