Roberto Santos // Una vez más, la naturaleza nos recuerda nuestras vulnerabilidades.
El paso del huracán John ha dejado un Guerrero lastimado, y en el caso de Chilpancingo, ha hecho estragos.
Sin embargo, más allá de los daños naturales, lo que el fenómeno ha puesto al descubierto son las profundas irregularidades en los asentamientos humanos, en especial aquellos ubicados en zonas de alto riesgo.
Los deslaves e inundaciones que afectaron a cientos de viviendas en zonas no aptas para habitar, como barrancas y laderas, revelan un ciclo que parece repetirse cada año sin una solución estructural.
Los afectados en muchos casos son personas que, por necesidad o por falta de información, han adquirido terrenos de manos inescrupulosas o simplemente han invadido áreas que son presa fácil de los fenómenos meteorológicos.
Este ciclo de invasión, afectación por desastres y posterior reubicación de las familias en zonas de riesgo es una carga pesada, no solo para quienes pierden su hogar cada temporada de lluvias, sino también para las autoridades municipales y estatales.
La falta de control en los asentamientos humanos y la permisividad hacia fraccionadores ilegales generan un desgaste financiero y humano para los gobiernos locales.
Cada vez que ocurre una tragedia, los recursos se destinan a emergencias que podrían haberse prevenido con una mayor planificación urbana y regulación estricta.
La situación en la cuenca del río Huacapa es un ejemplo emblemático de este problema.
Cada año, con las crecidas del río y la presa, las mismas familias son desalojadas solo para regresar a sus hogares una vez que las aguas bajan. ¿Hasta cuándo seguiremos atrapados en este círculo vicioso?
Es obvio que este patrón de conducta no solo daña a las familias afectadas, sino que también absorbe recursos que deberían utilizarse para el desarrollo de la ciudad en lugar de paliar las consecuencias de la falta de racionalidad o sentido común.
Durante su mandato, la presidenta municipal Norma Otilia Hernández Martínez destinó importantes recursos para la limpieza del río Huacapa y las docenas de barrancas en Chilpancingo.
Año tras año, se extrajeron miles de toneladas de tierra y piedra que el río arrastra desde las zonas altas.
Sin embargo, estas labores parecen insuficientes frente a la irresponsabilidad de algunos ciudadanos que siguen viendo al río como un vertedero.
No es raro ver camiones vaciando escombros en las áreas menos pobladas del cauce o encontrar desde bolsas de basura hasta electrodomésticos abandonados en los márgenes del río o en barrancas de la ciudad.
Norma Otilia comprendió la importancia de la prevención.
Bajo su administración, se amplió el cauce del río a la altura de la colonia Ámate Amarillo para evitar los cuellos de botella que provocaría salidas de agua.
A pesar de que, con John, algunas áreas de la ciudad sufrieron inundaciones, no se alcanzaron los niveles de tragedia que vimos con Ingrid y Manuel.
La gobernadora de Guerrero Evelyn Salgado Pineda, y Norma Otilia, presidenta de Chilpancingo, actuaron con rapidez, evacuando a las familias en peligro, reduciendo el impacto sobre la población, e instalando albergues temporales.
Aún así, la pregunta sigue en el aire: ¿cuándo dejarán de repetirse estas historias?
La administración de Norma Otilia dio pasos importantes en la limpieza del río y las barrancas, pero la labor de mantener estos espacios en condiciones seguras debería recaer también en los habitantes de la capital.
El comportamiento irresponsable de quienes continúan arrojando basura en las barrancas o depositando escombros en el río no solo pone en riesgo su propia seguridad, sino que perpetúa un ciclo de vulnerabilidad.
Mañana, Alejandro Arcos Catalán asumirá la presidencia municipal.
Su reto será no solo dar continuidad a las acciones preventivas que se iniciaron durante el mandato de Norma Otilia, sino también hacer frente a una cultura de negligencia que ha permitido que estos desastres naturales sean más devastadores de lo que deberían ser.
La prevención no solo es una tarea del gobierno, sino de todos los ciudadanos.
Solo así podremos evitar que, cada temporada de lluvias, la tragedia sea una invitada permanente en la vida de Chilpancingo.