Alfredo Hernández Fuentes // Tan antigua como la humanidad misma es la necesidad de los individuos de cualquier colectividad y de todos los tiempos por correlacionarse en espacios públicos abiertos en los que se posibilite dar a conocer sus opiniones personales; asimismo, tomar voces del común para convertirlas en sus propias aspiraciones, mover a la confesión personal, a la mención crítica de los errores de los gobiernos, plantear problemas de la colectividad, sembrar para aclarar dudas, así como menudas o máximas notas de la correlación humana, tantas como la imaginación pueda obsequiar.
Como paradigma clásico que nos alcanzó en el curso de los tiempos, tiene en esto al Ágora de los antiguos griegos, espacios en donde contrastaban tales ciudadanos sus famosas polémicas, así de los mercados y plazas públicas en los cuales sobresalieron notables ilustrados como: Séneca, Cicerón, Sócrates, Aristóteles; individuos que llegaron a través de sus ilustraciones a formar vertientes filosóficas para lograr trascender la barrera del tiempo, y que comparecen a nuestra vista ya en hechos, ya virtualmente como escuelas del pensamiento humano.
Una característica no escrita pero que asoma como condicional en esa diversidad de grupos que se conforman es que, después de crecer pueden disociarse para que en algún momento retornen evolucionados, porque así ha sido y seguirá siendo en el horizonte de la eternidad; grupos que se integran con ciudadanos ordinarios, individuos que no ostentan cargos públicos, puesto que parten de un concepto crítico que se manifiesta en las tendencias, que se expresan en los términos de la problemática social, incluyendo censuras que en su conjunto forman un abanico de inflexiones y matices hacia todo acto de gobierno.
Esto procede de una situación muy razonable en la cual los gobernantes, los servidores públicos, así como todos aquellos que de alguna forma disfrutan eventualmente de los amparos de la administración gubernamental, mismos que no podrían coexistir al interior de estos grupos porque serían el blanco reiterado de las críticas, y menos aún podrían resistir los ataques directos como reclamación de actos erróneos u omisiones perniciosas.
Entonces, esos grupos emanados del pueblo libre constituyen la línea crítica de una sociedad, la que no se pliega a ninguna condición de sometimiento, de tensos protocolos, ni a la ruinosa gravedad de la adulación sistemática; se erigen en consecuencia como auténticos Ciudadanos de Izquierda; esto, con exclusión de aquellos que dicen serlo, pero que el pueblo solo advierte de su existencia a través de notas y gráficas en los medios, esos que reciben los favores del poder y las cuotas de silencio, los que muy pocos conocen en persona porque permanecen encubiertos, y que en estricta verdad no soportarían la crítica directa en los espacios referidos.
Para nuestro caso territorial, que es una comunidad disímbola y heterogénea, por supuesto que en el correr de los años, sus personajes y condiciones se han ido modificando sustancialmente, y a las nuevas generaciones les parecerá un cuento de ninfas cuando se dice que todavía hasta los años 50 del siglo anterior, los presidentes municipales y los gobernadores del estado salían a las calles sin escoltas armados o acompañados de unos cuantos amigos. Nada de exhibirse en espacios públicos al alcance de la crítica ciudadana.
Así tenemos que en Chilpancingo, los gobernadores caminaban solos, cruzaban el jardín Cuellar — ahora Plaza Vicente Guerrero–, platicaban con la gente que les precisaba sus necesidades, que les señalaban sus errores en la práctica y algunos hasta les soltaban una andanada de perturbadoras peticiones y hasta fuertes epítetos; recuérdese el anecdotario del proverbial “Güero Sol”.
De lo anterior puede afirmarse que Acapulco no fue la excepción en conformar un espacio físico para el solaz de la gente interesada en modificar el acontecer social y las previsibles consecuencias para las siguientes generaciones, que se reunieran para plantear y discutir los acontecimientos sobresalientes puesto que bajo diversas características así lo habrían ameritado las circunstancias de quienes integraron la Banca del Jardín Álvarez en los prolegómenos del siglo 20.
Es sabido que antes de la aparición en la escena política de Acapulco de los hermanos Juan Ranulfo, Francisco y Felipe, de apellidos Escudero Reguera, nadie se atrevía pública ni formalmente a lanzar crítica alguna contra los excesos y la corrupción en el gobierno, y la explotación a la cual sometían los patrones hispanos a los trabajadores de la ciudad y del campo; porque a pesar de que estos hermanos formaron el Partido Obrero de Acapulco, no alcanzaron a consolidar la formación de sindicatos que coaligaran a los obreros y los campesinos para su propio interés y bienestar. Fue una lucha inacabada que se interrumpió al cortarse de tajo sus vidas.
El proditorio asesinato de los Escudero constituye un parteaguas político que desató una violenta reacción, siendo que tras su muerte se modificarían las condiciones sociales; casi de inmediato sobrevinieron distintos sucesos que distrajeron la atención del proletariado regional, como fueron el fortalecimiento de los comerciantes que se agruparon dentro de la Canaco en 1924, la apertura de la carretera México-Acapulco en 1927 que inició el relanzamiento turístico del siglo 20, y con esto la formación de nuevos asentamientos con gente que emigró hacia estas tierras al visualizar una sociedad plural, comunidad plena de satisfactores, en las que se cumplirían en abundancia sus aspiraciones por mejorar las condiciones generales de vida respecto de sus lugares de origen.
Hasta ahora no se ha publicado un registro correcto de aquellos hombres de línea dura que ajenos a lastres de conciencia y a través de los tiempos se hayan atrevido a debatir públicamente sus ideas, y asimismo no se ha publicado aún la cuenta y razón de todos los movimientos sociales que hayan tomado inicio desde ese foro abierto de pluralidad ideológica.
Aunque bien se recuerda que en los años 30 del siglo anterior, se gestó en la conocida Banca del Jardín Álvarez la fallida defensa de las huertas de algunos acapulqueños que se encontraban en la franja costera, desde el llamado Terraplén -en el extremo Sur de la calle 5 de mayo- hasta el actual Parque Papagayo y Autohotel Ritz; franja de playa que arrebataron a la brava por órdenes del gobierno del Gral. Adrián Castrejón Castrejón; terrenos que más tarde fueron enajenados a cuartilla a su homólogo y compañero de armas Juan Andrew Almazán; casos curiosos porque siendo militares de línea, defeccionaron en contra del ejército y fueron perseguidos por las fuerzas federales al estar inmersos en las huestes de Emiliano Zapata, y después recompensados por señalar el sitio en donde se escondía este último.
Comprendiendo en términos económicos que la franja costera era la parte más valiosa de este pueblo, y que la misma estaba en la mira de los poderosos gobernantes, a los que bastaba poner a funcionar la máquina de los decretos, los acapulqueños intentaron defender el interés de sus coterráneos cuando pocos años después a Wolfang Schoenborg le fue enajenada en su provecho toda la lengua de tierra que conforma el Fraccionamiento Las Playas, la cual parte del Cerro de la Pinzona hasta la Punta del Elefante, la parte alta de La Quebrada, con todo y habitantes, perros y gatos, el cual formó desde luego en la tristemente famosa Fraccionadora de Acapulco, S.A.
En la misma época el omnipotente gobierno federal realizó todos las acciones legaloides necesarias para que algunos sujetos festinaran el obsequio gracioso de toda la parte poniente de la ciudad, que ahora comprende los fraccionamientos que inician desde La Mira, Potrerillo, Los Naranjos, Hogar Moderno, Bella Vista, Carabalí, Mozimba, Balcones al Mar y hasta El Jardín, con el fin de que lucraran otros tantos individuos que formaron y que algunos agraciados siguieron disfrutando por la venta, reventa e invasión reiterada de los mismos lotes, ocasión de una larga lista de expedientes litigiosos por operaciones múltiples y fraudulentas que les permitieron funcionarios y jueces corruptos.
Para siempre expropiaron sin pago alguno todos los terrenos posibles que quedaran sobre la franja costera, pertenecientes a familias acapulqueñas, comprendidos desde la actual Avenida Wilfrido Massieu hasta el Río Papagayo, y cuyos predios fraccionados los distribuyó el alemanismo entre su Estado Mayor, Secretarios de Estado, algunos Directores del gabinete, de artífices ingenieros planificadores y al consumador de la “apropiación” que colocó la publicación de los instrumentos jurídicos, como lo fue el Director del Diario Oficial de la Federación de ése entonces.
Toda la banda contenta porque sin omisión alguna a todos sus miembros les quedó un pedazo de Acapulco, y en donde luego formaron los fraccionamientos Magallanes, Rodrigo de Triana, Lomas de Magallanes, Bocamar, Cumbres, Condesa, Club Deportivo, Lomas de Costa Azul, Costa Azul, Joyas de Brisamar, Las Brisas, Puerto del Marqués, Pichilingue, Granjas del Marqués, Copacabana, Hogar Moderno, Potrerillo, Mozimba, Miguel Alemán, así de otros que han ido creándose a partir de grandes extensiones de terreno.
Un caso excepcional respecto de las áreas habitacionales de nivel medio lo es la colonia Gustavo Díaz Ordaz, llamada popularmente como “El Morro” y que los propietarios nunca hicieron actos posesorios; de allí que este último presidente lo obsequiara para el posterior hacinamiento de cientos de calentanos y que ahora constituyen un grave problema social para Acapulco por las facetas delictivas que presentan.
No quedaron espacios para la expansión natural demográfica y generacional de los acapulqueños; quedaron comprimidos en sus casas y negocios en el casco original de la ciudad, y que ahora llaman el Primer Cuadro de la Ciudad, así como sus proletarios barrios “históricos”. Pero también ya les habrían echado el ojo, no querían dejarle nada a los acapulqueños, y en 1946 la poderosa Compañía Inmobiliaria de Acapulco, S.A. intentaba ampliar las calles de la ciudad con la opción de alinearlos para fácilmente despojar a aquellos que no tuvieran títulos de propiedad – que eran casi todos–, comprar algunos predios y quedarse con otros baldíos.
Desde La Banca del Jardín Álvarez se inició un movimiento liderado por Constancio Martínez en el que participó prácticamente todo el pueblo de Acapulco para impedir la consumación del atentado por apoderarse de los predios más importantes de dicho casco. Más tarde el mismo pueblo de Acapulco aceptó las convocatorias de sus voceros-líderes y se levantó en armas para repeler el intento de aquellos lajeños de 1960 por apoderarse del palacio municipal, pero fueron frenados a tiempo en el trayecto por miembros del ejército mexicano al mando del Mayor Joel Juárez Guzmán.
Es de subrayarse pues que, en ningún momento participaron en esos movimientos los conocidos elementos de la plutocracia, ni los arribistas y menos los extranjeros, tal como así los quiso reivindicar por amistad Antonio Piza Soberanis mediante senda placa metálica que colocó en una banca que mandó construir ex profeso. A través de los años, la llamada Banca del Zócalo no tuvo un lugar fijo, sus integrantes se reunían en el punto que mejor les acomodara, iniciando sus tertulias regularmente por la tarde y terminando ya entrada la oscuridad nocturna.
Las exposiciones de los contertulios de la multicitada Banca, llegaron muchas veces a ser grandes debates, y en otras amargas discusiones, debido sobre todo a los puntos extremos de las perspectivas: unos luchando por que no se enajenaran los espacios públicos y las playas, otros por no importarles que tipos ajenos se apoderaran de todo lo que dispusieran a costa de lo que viniera.
Muy pocos acapulqueños persistimos en esa desigual lucha, porque los gobernantes enajenan las banquetas, las plazas públicas y los andadores. Al parecer lo que ha cambiado son, además de los personajes y las vestimentas del tiempo, que quienes arribaron al cuarto para las doce, han formado mayoría y ahora nos gobiernan, nos quieren decir cómo es nuestra historia, y como se llaman nuestra bahía, nuestras calles y nuestras playas. Y por supuesto que la seño-doctora Abelina López, proveniente de algún pueblo perdido en las montañas de Oaxaca, con un record de 31 años subiendo gente a los cerros de Acapulco, cumple su ideal y consolida su interés por convertir la Plaza Álvarez en un mercado de cuarta para migrantes recién arribados.
¿Y qué de aquella ágora del Jardín Álvarez? No quedan más que vagos recuerdos. Empero, su lamentable estado actual viene a ser el ícono de la destrucción de nuestra ciudad. Es cuanto.
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