Casa Bonilla

Angel Aguirre

Ángel Aguirre Rivero // Uno de mis estados favoritos sin duda es Veracruz, situado en las aguas cálidas del Golfo de México. Su belleza, clima, la calidez de su gente, su historia y gastronomía las vivo intensamente como en pocos lugares que he visitado.

Así que en estos días de guardar de Semana Santa, me llevé a mi familia a disfrutar de días maravillosos e inolvidables en una travesía donde nuestro primer punto fue Puebla. Ahí nos detuvimos a desayunar en los famosos “almuerzos”, se trata de una cadena de restaurantes atendido por jóvenes estudiantes que fungen como meseros y a cambio reciben de los dueños del lugar una especie de becas, más sus respectivas propinas que reciben de los comensales.

Los platillos son variados y podemos encontrar cazuelas con chicharrón en salsa roja, moronga, chorizo guisado, mole poblano, quesadillas y tortillas a mano; también el obligado postre como churros, conchas y otras delicias que invitan a romper cualquier dieta por muy rígida que sea.

Más tarde nos trasladamos a Boca del Río, un lugar histórico que nos remonta a la época de Hernán Córtes: la Villa Rica de la Vera Cruz (el de Mocambo) donde puede usted degustar un verdadero festival de mariscos y pescados, en mi opinión uno de los mejores restaurantes de México.

Al siguiente día muy temprano salimos a Jalcomulco, pues les había prometido a mis nietos Santiago y Leonardo vivir la experiencia de los rápidos del hermoso río de La Antigua, donde disfrutamos de sus paisajes naturales, su fauna, su flora y la emoción de enfrentar algunos rápidos La Bruja, El Huevo Estrellado o El Chucky y donde tuvimos que remar con más fuerza, haciéndoles un símil a mis nietos, de que así es la vida cuando enfrentamos alguna adversidad, hay que remarle duro porque si no, te ahogas.

Luego siguió el pueblo mágico de Coatepec, ahí la parada obligada es “Casa Bonilla” donde la fama de los langostinos trasciende fronteras, el ceviche y el pescado a las brasas son una delicia.

Aquí me embargó la nostalgia, pues tenía 22 años que no lo visitaba. Pregunté por mi amigo “El Mosco”, el jaranero que nos deleitaba con sus canciones. Ya había muerto. Pregunté por el “Gordo Bonilla ” el dueño del lugar, con quien nos hicimos grandes amigos cuando fungí como delegado del PRI en Veracruz. Lamentablemente hace poco más de 3 años falleció, lo que me causó una gran tristeza. Hoy su hijo dirige el restaurante.

Bonilla montó mi foto junto a la galería de los exgobernadores de Veracruz, le pedí que no lo hiciera porque yo era de Guerrero y me contestó: me vale una chingada, tú también fuiste gobernador y eres mi hermano, mi amigo.

Apenas me sentaba y llegó César, el talabartero que siempre se reunía con nosotros.

—Ángel me dijeron que estabas aquí y quise venir a saludarte.

Me platicó de cuando le confeccionó las sillas de montar al papa Juan Pablo Segundo, al rey Juan Carlos, a Vicente Fernández y de su compadrazgo con Lola Beltrán y Pedro Vargas.

Comimos juntos y se tomó 2 tequilas y una cerveza, para luego decirme: Ángel, estoy muy triste, se nos murió El  Mosco y hace 3 años se nos muere El Gordo Bonilla, ya me quedé solo. Yo creo que Dios a mí no me quiere por eso no me ha llevado.

Lo abracé y lloramos juntos

—Ya tengo 83 años yo pienso que ahora sí ya me toca, pero hoy me has hecho pasar uno de los días más felices de mi vida.

El último día tocó desayunar en La Parroquia, al son de la marimba, con un buen café lechero y una concha con nata y luego unos huevos tirados.

Después vino La Antigua, donde Cortés le construyó una casa a La Malinche antes de partir a la gran Tenochtitlan, para concluir el fuerte de San Juan de Ulúa, de gran bagaje histórico, lugar habitado por Venustiano y en donde se dice, Benito Juárez dictó algunas de las Leyes de Reforma