SIN MEDIAS TINTAS

Jorge VALDEZ REYCEN
• ¿Quiénes son los enemigos de Adela?
• La mano que mece la cuna… Amílcar
• Los síndicos: esos pequeños envidiosos

 


Mientras que desde su mismo partido MORENA han surgido voces altisonantes, ofensivas, descalificatorias y francamente groseras, la alcaldesa de Acapulco, Adela Román Ocampo ha tenido un trato respetuoso, solidario, de coordinación y colaboración de parte del gobernador Héctor Astudillo Flores, en los 100 días de su administración.
Quizá el personaje más contestatario, con quien la propia Adela Román ha sostenido desencuentros y discusiones ha sido la síndica municipal en materia de Gobernación y Seguridad Pública, Leticia Castro Ortíz, quien tiene aún el resabio de no haber sido postulada como alcaldesa y se conformó con el de síndica.
Igualmente el síndico administrativo, Javier Solorio Almazán, frustrado aspirante al mismo cargo que Adela y que supura en sus actos, declaraciones e intervenciones su decepción por no haber sido él el alcalde.
En resumidas cuentas: ambos síndicos han declarado su inconformidad, su decepción y ésta acompañada de sus emociones humanas que se traducen en envidia.
Adela Román ha tenido que cerrar su entorno afectivo, colocando en puestos de confianza a personas que tengan un principal y determinante valor humano: la lealtad. ¡No puede estar rodeada de desleales!
El llamado “fuego amigo” que ha sufrido Román Ocampo desde la cúpula del partido que la postuló y llevó al Ayuntamiento de Acapulco ha sido consecuencia directa de los nombramientos de César Núñez Ramos y Marcial Rodríguez Saldaña, los más aborrecidos por el factótum en el poder, que lleva por nombre y apelativos Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros.
Adela lo sabe y ha tenido que hacer de tripas corazón. Ha aguantado acusaciones de nepotismo, sin replicar. No se ha montado al escenario de las provocaciones abiertas, tendidas a mansalva, para avasallarla en la toma de decisiones. Ha respondido a las calumnias y ofensas, sí, con altura y aplomo. La dignidad no está sujeta a ningún dislate.
¿Cuál es el juego de golpetearla, desgastar su capital político, degradar a su equipo del primer entorno que sigue operando un “war-room” para defenderla de los ataques? ¿Esa es la clave que le vendieron a Pablo Amílcar como la panacea para ir desbrozando el camino al 2021?
Lo que no mata, fortalece. Y a Adela la están fortaleciendo sus propios correligionarios morenistas engolosinados en un canibalismo a ultranza. Lejos de hacerle una campaña de odio, la victimizan. ¡Qué tristeza de políticos!
El papel del gobernador Astudillo ha sido inteligente, de aliado natural, de colaborador y hasta solidario con ella por la injusta, ingrata y desproporcionada guerra sucia en su contra.
Independientemente de las siglas partidistas, se trata de dos personajes con investiduras de dignatarios, o sea gobernantes. Se trata de personajes que ya tienen una encomienda pública, fincada por el ciudadano que emitió su sufragio y los eligió. ¿Y qué han hecho? Han dado rienda suelta a lo que AMLO llamó “infantilismo político”.
Antepusieron sus emociones, sus vanidades, egos, pero también han servido de esquiroles, francotiradores que han disipado su encomienda por el torneo abierto de insultos y descalificaciones. No han querido, ni han podido, construir un Ayuntamiento que históricamente hizo añicos la alta y copiosa votación. No han superado sus traumas y complejos de no haber sido ellos los postulados, porque sienten que son flor de un día y su tiempo se agotó.
Adela ha dado un revés a sus detractores abiertos y encubiertos con un silencio que es más ácido y contundente.
La vemos desde la distancia. No tiene defensa que contra-ataque, porque sería una degradación del ejercicio de mandar y saber gobernar. El silencio asfixia a sus vociferantes malquerientes. Los empequeñece por su precaria condición de políticos y los envilece que sean del mismo partido.
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.